jueves, 18 de julio de 2013



De las aventuras y extravíos de Pierre "el ambigüo" copio la siguiente iluminación melvilliana:

“…ya que tras considerar [Pierre] la infinita premura con la que el más fiel retrato podía reproducirse por medio del daguerrotipo y recordar que, en épocas anteriores, la copia de un rostro sólo era accesible a los aristócratas acaudalados, llegó a la conclusión, por inferencia natural, que en vez de inmortalizar a un genio, como en los viejos tiempos, un retrato fotográfico no hacía sino actualizar a un asno”.

miércoles, 10 de julio de 2013


Dedicaremos estas líneas a un sucinto análisis sobre las bestias inmanejables del África toda, sobre su intemperancia y la escasa disposición al encuentro que vienen demostrando desde que el hombre es hombre.

Son ya incontables las víctimas que han sucumbido al señuelo, a la trampa seductora, de su lustrosa pelambrera. Científicos reputados e incluso indígenas autóctonos han perdido la vida intentando acercarse, del modo más amigable, a estos animales indómitos.  Al intento de una inocente caricia, o en la distracción y el feliz curioseo desde un telescopio camuflado, sucede  el zarpazo traidor de su garra asesina. Del amenazante filo de sus colmillos dan cuenta numerosos estudios científicos que vienen a corroborar el peligro mortal de una de sus dentelladas.

Del África ya nos es conocida la extensión de sus llanuras y la inclemencia de sus vientos, que arrastran en su soplo la áspera arena de algún desierto lejano. Sin el refugio de una sombra, el aventurero debe enfrentarse al martillo de calor diario y al gradual abandono de sus porteadores, que huyen cobardemente a sus aldeas en el silencio cómplice de la noche. Es por esto que debemos estar agradecidos a los datos acumulados y a los prolijos estudios que sobre las bestias africanas se han realizado hasta la fecha, resultado de no pocos sacrificios humanos y del denodado esfuerzo de estudiosos y exploradores cuya abnegada entrega no encontró mas premio, en muchos casos, que el fétido aliento del mordiscazo fatal y último del que resultaron víctimas.

Una ramita pisada a destiempo por algún porteador inconsciente o el volumen descuidado de una radio en el interior de una tienda de campaña pueden resultar fatales y precipitar el asalto traidor, la embestida homicida, de un grupo incontrolado de estas bestias salvajes, ávidas de vidas humanas y del tierno pescuezo de sus dueños.

viernes, 5 de julio de 2013

'



Shelley coronó uno de sus más alabados poemas con el tituló de  No despertéis a la serpiente, que continúa:   “…por miedo a que ella ignore su camino;/ dejad que se deslice mientras duerme/ sumida en la onda hierba de los prados…”. Versos inquietantes, pienso para mí, que parecen encerrar una velada conminación  al hombre a dejar que la naturaleza siga su curso, a evitar toda interferencia con el ciclo eterno, el tránsito de la vigilia al sueño, de la vida  a la muerte, etc. Así entendido, vuelvo a pensar para mí, en mi reacción la pasada noche huyendo de la vigilia y cediendo a la inconsciencia, con el mefítico reptilejo anidado en la nuca, demostré una notable intuición: quiero decir que, abandonándome al sueño (eludiendo, así, el enfrentamiento con la criatura del demonio) evité la colisión de los astros toda y quien sabe si mi propio deceso, que imagino ridículo y espantoso a un tiempo (petrificado mi cuerpo sobre el colchón, el rostro hundido en la almohada y mi organismo inerte congelado en un pasmo cuya explicación escaparía a los más avanzados sistemas de elucidación criminal; víctima inocente –continúo imaginando para mí, no sin emoción- de las fuerzas acechantes del infierno, de este Horla espantoso que se coló, de hecho, la pasada noche, en el calor de mis sábanas y en los vapores confusos de mi imaginación).

En el mismo orden de cosas, leo con sorpresa las evocaciones del criminal Moosbruger de Robert Musil, asesino confeso, ebrio de espejismos, que ilusiona una muerte a la altura de sus delitos y pendencias y que, en la atmósfera opresiva de su celda, “soñó que algo frío le había reptado sobre el vientre y había desaparecido después en el cuerpo; había gritado, se había caído de la cama y al día siguiente sintió todo el cuerpo dolorido”.

lunes, 1 de julio de 2013



Esta noche he dormido con una serpiente ovillada en el pescuezo. El verde animalejo, de varios metros, amarillo el vientre, se me ha acercado serpeando por las sábanas, al tiempo que mostraba, amenazante, unos pequeños colmillos curvados de los que goteaba un tósigo viscoso y repugnante. Bocabajo, paralizado por el pánico, he dejado al reptil acomodarse lentamente en mi cuello. El enroscado parásito, frio en los primeros momentos, ha ido absorviendo, aletargado, el calor de mi cuerpo. Oprimido bajo una losa de terror, vencido por la  tensión para evitar cualquier movimiento fatal que despertara a la bestia, me he rendido gradualmente a un sueño pesado, un desmayo abotargante del que no he salido hasta que los primeros rayos de luz se colaban en el dormitorio y repartían su cacareo lumínico por el suelo y las paredes. He despertado con la rigidez de un cadáver, la espalda entumecida y el cogote alanceado por la familiar punzada de dolor que, tras unos meses de descanso, ha vuelto al campo de batalla de mi espinazo como un general despechado y beligerante reclamando a gritos al enemigo emboscado.